Mi nombre es María Thompson, y como muchas mujeres de mi edad, llevo una vida tranquila y modesta. Mi pensión apenas alcanza para cubrir los gastos básicos, pero me las arreglo. Para no ser una carga para mi hijo, Michael, busqué una forma de ganar un poco más.
En verano y otoño, suelo ir al bosque a recolectar hongos y bayas. Luego los vendo cerca de la parada de autobús. No es mucho dinero, pero es mío, y el contacto con la naturaleza siempre me llena de paz.
Últimamente, Michael y su esposa, Sarah, han venido a visitarme con frecuencia. Sus conversaciones giran en torno a la idea de vender mi apartamento de tres habitaciones y mudarme con ellos. Aunque sé que lo hacen por preocupación, no puedo evitar sentirme presionada. Mi hogar es mi refugio, el lugar donde he pasado años construyendo recuerdos.
Una mañana, después de una conversación especialmente incómoda con ellos, decidí salir al bosque. Necesitaba despejar mi mente y sentir el aire fresco en mi rostro.
Era un día cálido y soleado, justo después de las lluvias recientes. El bosque prometía estar lleno de hongos. Caminé por senderos familiares, recordando los secretos que mi esposo, fallecido hace años, me había enseñado. Mi cesta se llenó rápidamente con robustos boletus, y mi corazón se sintió más ligero.
Sin darme cuenta, me adentré más en el bosque, siguiendo los rastros de hongos bajo los árboles. Fue entonces cuando vi un enorme hongo porcini bajo un viejo abeto. Me acerqué emocionada, pero al dar un paso hacia él, mi pie se hundió en algo blando cubierto de agujas de pino y musgo.
Un crujido resonó, y antes de darme cuenta, caí en la oscuridad. La caída fue corta, y aterricé sobre hojas podridas. Al principio, estaba desorientada, pero pronto me di cuenta de que había caído en una especie de búnker oculto bajo tierra.
La luz que se filtraba desde el agujero en el techo me permitió ver el lugar donde me encontraba. Era un espacio pequeño, con paredes de tierra y concreto. Pero lo que realmente me aterrorizó fue lo que vi en el centro de la habitación: una mesa cubierta de papeles amarillentos, herramientas oxidadas y frascos de vidrio con contenido extraño.
Había fotos en blanco y negro, algunas de personas desconocidas, otras de lugares que parecían ser de la época de la Segunda Guerra Mundial. En una esquina, había un viejo uniforme militar, desgastado y cubierto de polvo.
Mi corazón latía rápidamente mientras intentaba entender qué era ese lugar. ¿Un refugio? ¿Un laboratorio? ¿Un escondite? Me acerqué a la mesa y vi un diario con letras escritas a mano. Aunque el idioma era español y mi conocimiento era limitado, pude descifrar algunas palabras: “experimentos”, “secreto”, “peligro”.
Mientras revisaba los objetos, encontré una caja metálica cerrada con candado. A mi lado había una llave oxidada, que encajó perfectamente en el candado. Con cuidado, abrí la caja y descubrí documentos que parecían contener información clasificada.
Los papeles hablaban de un proyecto secreto llevado a cabo en los años 40 en México. Mencionaban pruebas con sustancias químicas y experimentos en humanos. Aunque no entendía todos los detalles, era evidente que este lugar había sido parte de algo oscuro y peligroso.
En ese momento, escuché un ruido desde arriba. Alguien estaba cerca. Mi primer instinto fue esconderme, pero luego me di cuenta de que debía salir de allí. Con esfuerzo, logré trepar por las paredes y salir nuevamente al bosque.
De vuelta en casa, no podía dejar de pensar en lo que había descubierto. Sabía que era información importante, algo que no podía ignorar. Después de reflexionar, decidí contactar a las autoridades locales y contarles todo.
Los investigadores llegaron al lugar y confirmaron que el búnker era parte de un proyecto militar abandonado. Aunque los detalles exactos permanecieron clasificados, me aseguraron que mi hallazgo ayudaría a esclarecer parte de la historia oculta de la región.
El descubrimiento del búnker tuvo un impacto inesperado en mi vida. Mi historia apareció en los periódicos locales, y muchas personas comenzaron a interesarse en mi vida y en la historia detrás del búnker.
Michael y Sarah, al ver mi determinación y valentía, dejaron de insistir en que vendiera mi apartamento. En cambio, me ayudaron a renovar mi hogar y a crear un pequeño espacio para mis actividades de recolección y venta.
El bosque, que siempre había sido mi refugio, se convirtió en un lugar aún más especial. Cada vez que camino por sus senderos, siento una conexión profunda con la historia y con la vida que me rodea.
Una reflexión final
La vida, aunque modesta, está llena de momentos inesperados que pueden cambiarlo todo. Mi caída en el búnker no solo reveló un secreto oculto, sino que también me recordó la importancia de ser valiente y de seguir adelante, incluso cuando las circunstancias parecen difíciles.
Hoy, mi corazón está lleno de gratitud y esperanza. Y cada vez que recojo hongos o bayas, pienso en cómo un simple paseo por el bosque puede abrir puertas a historias que nunca imaginamos.