Mujer Grosera Insulta a Empleado con Síndrome de Down en el Supermercado – ¡Adrián Uribe Interviene!
Era una tarde como cualquier otra en un supermercado muy concurrido en Ciudad de México. La gente iba y venía deprisa por los pasillos, con los carritos a tope de compras, cada quien ocupado con sus propias preocupaciones. Nadie imaginaba que ese día vivirían algo inolvidable.
Entre los empleados estaba Ethan, un joven de casi treinta años, alegre y amable, que tiene síndrome de Down. Eso nunca le impidió ser de los trabajadores más dedicados del lugar. Ethan amaba su trabajo: siempre saludaba con una gran sonrisa, empacaba las compras con esmero y regalaba palabras amables a todos.
Ese día, haciendo la fila en las cajas, estaba nada más y nada menos que Adrián Uribe, el famoso comediante mexicano. Había terminado de grabar y pasó a la tienda por unas cosas. Llevaba gorra y cubrebocas, esperando poder hacer sus compras como cualquier persona normal, sin alboroto.
Pero la tranquilidad se rompió de repente cuando entró Margaret, una mujer de unos cincuenta años, visiblemente estresada y de mal humor. Sus tacones resonaban en el piso mientras empujaba su carrito a toda velocidad.
Al llegar a la caja, su impaciencia explotó. Ethan la recibió como siempre: — Buenas tardes, señora. ¡Espero que esté teniendo un excelente día! Pero Margaret ni lo miró, tiró los productos en la banda y le espetó de mala manera: — ¡Ándale! ¡Apúrate, no tengo todo el día!
Ethan, sin perder la calma, empezó a escanear y empacar con el mismo cuidado de siempre. Margaret comenzó a impacientarse aún más, golpeando la caja y murmurando: — ¿Por qué eres tan lento? ¿No puede ayudarme otra persona?
Aun así, Ethan no dejó de sonreír, aunque sus manos temblaban ligeramente. Pero de repente Margaret gritó: — ¿Por qué dejan trabajar aquí a gente como tú?
Se hizo un silencio incómodo. Todos se voltearon a ver. El pobre Ethan bajó la mirada, y su sonrisa se desvaneció por primera vez.
Adrián Uribe había presenciado todo. Sin dudar, se acercó con actitud firme y voz clara: — Disculpe, señora, ¿qué acaba de decirle a este joven?
Margaret se sobresaltó, de repente notó quién le hablaba. — Yo sólo decía que seguramente alguien más podría atenderme… él es muy tardado…
Adrián la interrumpió, serio: — ¿Tiene idea de lo mucho que trabaja este joven? ¿De verdad cree que se merece este trato sólo porque usted tiene prisa?
Algunos clientes y empleados asintieron; otros empezaron a aplaudir. Los ojos de Ethan se iluminaron; la vergüenza de Margaret era evidente y, queriendo huir, tomó sus compras rápidamente. Pero antes de irse, Ethan tuvo la amabilidad de decirle: — ¡Que tenga un bonito día, señora!
Su voz era sincera y llena de bondad, incluso después de todo. Margaret ni contestó; se fue apurada, cabizbaja.
Adrián le sonrió a Ethan y le dijo: — Lo manejaste como un verdadero campeón. Ethan respondió: — Solo intento ser bueno con todos. — Por eso eres más fuerte que mucha gente —dijo Adrián, dándole una palmada en el hombro.
Toda la tienda lo ovacionó. El gerente salió y le ofreció a Ethan el resto del día libre, con sueldo pagado.
Ya afuera, Ethan le preguntó: — ¿Puedo tomarme una selfie contigo? Adrián se rió: — ¡Claro que sí, hermano!
Un mal momento se transformó así en una inspiración para todos. Porque la verdadera fuerza no está en los músculos, sino en el corazón y el carácter. Aquella tarde, Ethan demostró ser el más fuerte de todos.
Al día siguiente, todo parecía volver a la normalidad. Pero Margaret regresó al supermercado, visiblemente furiosa. Empujó su carrito golpeando estantes, tiró productos, rompió un pan y armó un tremendo escándalo. Al ver a Ethan, se lanzó contra él y gritó:
— ¡Ayer me humillaste! No eres nada, eres un inútil y las personas como tú ni siquiera deberían tener trabajo.
Entre lágrimas, Ethan no se dejó vencer. Algunos empleados y clientes sacaron sus celulares para grabar. Margaret tomó una botella de vidrio y la lanzó hacia Ethan, estrellándola contra el mostrador.
— ¡Llamen a la policía! —ordenó el gerente.
En minutos, llegaron los agentes. “¡Manos arriba!” le gritaron a Margaret. Fue arrestada por alteración del orden, daños a propiedad y por intentar agredir a otra persona. Todos aplaudieron cuando la policía se la llevó.
El gerente abrazó a Ethan y le dijo: — No hiciste nada malo, Ethan. Estamos orgullosos de ti.
Ethan sonrió. El día anterior, Adrián Uribe lo había defendido. Hoy él mismo se defendió, mostrando que la verdadera fuerza está en la bondad.
¿Y tú? ¿Qué hubieras hecho si veías lo que hizo Margaret? ¿Crees que la justicia se cumplió? Déjanos tu opinión.